Cartas cruzadas, Ana Alejandre

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sábado, 3 de abril de 2010

Cristo llevando la cruz, de El Bosco.


por Ana Alejandre




Siguiendo con la serie de los retratos grotescos, en esta ocasión se muestra una obra de El Bosco, el genial pintor, al que muchos consideran el precursor del surrealismo, y que está titulada como Cristo llevando la Cruz, muy acorde con la celebración de la Semana Santa que termina hoy.
Esta obra muestra los rostros de los acompañantes de Jesús en su ascensión a El Calvario, portando la cruz en la que sería crucificado, con un contraste evidente entre la serenidad del rostro de Jesús, en el que se advierte el cansancio y la abrumadora aceptación de su sacrificio, y los gestos grotescos, de suma vileza, embrutecidos y sanguinarios en los que se reflejan las bajas pasiones de quienes le rodean, a lo que acompaña los tonos rojos y ocres de la pintura que le da un aire aún más siniestro, casi con tintes infernales, a la escena.

Esta obra se encuentra actualmente en el Real Monasterio de San Lorenzo del Escorial, junto a otras muchas y valiosas obras de distintos pintores de los siglos XV, XVI y XVII.

La figura de El Bosco, cuyo verdadero nombre era Jerome van Aken (1453-1516) es poco conocida en todos sus detalles.

Nació, en 1453, en el seno de una familia de artesanos pintores y vivió y pintó a lo largo de su vida en la pequeña ciudad de Hertogenbosch (“Bosque del Duque”), situada en la actual Holanda, muy cerca de la frontera belga.

Se supone, aunque no hay constancia de ello, que aprendió a pintar y todos los rudimentos de su oficio en el taller familiar de su padre o tíos que también se dedicaban a esta profesión.

Su matrimonio con una acomodada señora de la alta burguesía le ayudó a consolidar su fama dentro de la sociedad burguesa de la que se convirtió en un pintor afamado y solicitado por todos, con una selecta clientela. Además, su adscripción a la Cofradía de la Hermandad de Nuestra Señora, le permitió tener unos conocimientos teológicos y religiosos que se advierten en toda su obra.

Su fama se fue extendiendo por todo el país, traspasando sus fronteras, lo que le hizo ser imitado por muchos pintores de la época, especialmente el conocido como Bruegel el Viejo.

Su obra, en la que sobresale su enigmática pintura sobre temas religiosos, en la mayoría, pero expresados plásticamente con una gran belleza y un estilo inigualable en el que predomina su exuberante imaginación, no tiene parangón con ningún otro artista coetáneo suyo.

Hay que tener en cuenta para comprender su trayectoria artística, que El Bosco vivió sumido en el cambio entre dos épocas, y en su estilo se entremezclan sus raíces que están asentadas en la tradición medieval, con lo que se conocería después como el Renacimiento. Sin embargo, no se puede considerar a este artista como el ilustrador del final de la Edad Media, ya que en su pintura se encuentran ambas influencias por igual. Por eso, en su obra se encuentra el rico vitalismo de toda sociedad en crisis, pero de la que va a nacer, y ya se apunta tal suceso, los primeros brotes del humanismo renacentista en cuestiones tan dispares y concretas como son la fe, la moral, la brujería, la alquimia, el erotismo, la obsesión por lo demoníaco y como vértice de todo, la religión católica y los primeros movimientos disidentes que darían lugar después al protestantismo con Lutero a la cabeza.

Además, la época en la que vivió El Bosco, era la del feudalismo cruel, en el que imperaba la ley del más fuerte. Todavía no existian la organización de los estados como tales y las leyes las imponían los grandes señores feudales con lo que significaba de absoluta arbitrariedad. Por ello, la ignorancia y el alfabetismo eran la lacra de más de un 90% de la población, cuya esperanza de vida no llegaba más allá de los cuarenta años y, además, se veía diezmada por las enfermedades endémicas, causadas muchas veces por las hambrunas que azotaban a buena parte de Europa, y las epidemias, entre las que primaba la de la peste. Las guerras, eran otro factor que iban aniquilando, durante años, a la población ya maltrecha por otros males seculares.

Por todos estos graves problemas, se empezaron a producir en toda Europa los primeros movimientos heréticos a los que he hecho mención anteriormente. Al principio, eran sectas que se declaraban heréticas y manifestaban su deseo de romper con la Iglesia a la que acusaban de ejercer un poder excesivo, acompañado de un lujo insultante para el resto de la población. Estos movimientos trataban de volver a recobrar las raíces del cristianismo, con la creación de comunidades en las que el espíritu evangélico fuera su línea de actuación. Todos estos movimientos heréticos fueron duramente perseguidos, como fue el caso de Savonarola en Italia.

Sin embargo, en Alemania, tan cerca de los Países Bajos a los que influenciaba culturalmente, tuvieron una gran influencia con las enseñanzas de Lutero, pocos años después de la muerte de El Bosco. Es por ello, que este artista vivió sumido en la crisis espiritual de raíces muy profundas que asoló a gran parte de Europa y que desembocó en la fractura del mundo cristiano.

El Bosco, por eso, tuvo una constante temática en sus obra como fue la religiosa. Era hombre de gran fe y conocimientos religiosos y de una profunda piedad, rigurosa y sin fisuras. Por eso, en su obra presenta siempre su visión de un mundo sumido en la oscuridad del pecado, sin ningún atisbo de esperanza de salvación. La imagen que proyectaba de sus semejantes y contemporáneos era la de almas que se condenaban a los fuegos del infierno por todos los vicios y pecados que eran habituales en sus pobres vidas, desprovistas de cualquier tipo de moral o grandeza. El Bosco dirigía su obra y su visión pesimista de la época que le tocó vivir no a las generaciones futuras, sino a sus contemporáneos, en un deseo de que les hiciera reflexionar y volver al camino de la sensatez y la decencia.
Muchas veces se atribuye a este genial pintor la idea o capacidad de ser un visionario que se anticipó a los males de otras épocas futuras a la que vivió. Sin
Embargo, su obra la dedicaba a sus contemporáneos, sumidos en los males de su época.

En la obra de este artista no se aprecian los elementos que son significativos en las tradiciones propias de la pintura flamenca, pero sí se destaca en ella sobremanera la viva imaginación, la fantasía rica en símbolos e imágenes casi oníricas que dotan a toda su obra de una singular, deslumbrante y conmovedora belleza.

Entre sus obras más destacadas aparecen títulos como los de El Jardín de las delicias, Los siete pecados capitales, La extracción de la piedra de la locura, El carro del heno y Las tentaciones de San Antonio. Sin olvidar, por supuesto, la obra que sirve de objeto de este comentario: Cristo llevando la cruz.